Muchas veces pensamos que hay que irse muy lejos para ser feliz o para ver cosas maravillosas. Pues bien, ya sabemos que esto no es así. Entre mis mejores viajes se encuentra uno que hice en 200 kilómetros, un viaje de esos que siempre gustan y que sirven para desconectar: Burgos.
Os cuento. Llegué a Burgos el viernes por la tarde, después de un viaje en coche que se me hizo más corto de lo esperado. Ya os digo que estoy a poco más de dos horas. Había oído hablar mucho de la ciudad, sobre todo de su famosa catedral, pero lo cierto es que no tenía muy claro lo que tenía que ver y que hacer. Me apetecía simplemente dejarme llevar, caminar por sus calles y desconectarme de la capital y del trabajo.
Nada más llegar al hotel, dejé la maleta y salí a dar una vuelta por el casco histórico. La primera impresión fue la de una ciudad limpia, cuidada, pese a que había bastante gente en la calle. Me gusta eso de llegar un viernes por la tarde a las ciudades, porque comienzas a testar cómo es.
De repente apareció ante mí la Catedral de Burgos. Y sí, los adjetivos que siempre se ponen son verdad: enorme, majestuosa, grandiosa. Me quedé un rato parado, mirándola desde la plaza, como si necesitara asimilar lo que tenía delante.
Entré y, aunque había visto fotos antes, nada se parecía a estar dentro. Sus vidrieras, la luz, las capillas… entre nosotros, era la leche.
Su gastronomía
Al salir, decidí buscar un sitio para cenar. Había leído que en Burgos la costumbre es salir de pinchos, así que me animé a probar. Entré en varios bares y pedí pequeñas raciones: la famosa morcilla de Burgos, unas croquetas caseras y un vino de la Ribera del Duero. Todo de 10, la verdad es que es uno de los lugares donde mejor me han tratado.
El sábado lo dediqué a conocer la ciudad con más calma. Subí al Castillo de Burgos, que está en lo alto de una colina. Desde allí se veía la catedral y buena parte de la ciudad extendiéndose alrededor, con ese contraste entre lo antiguo y lo moderno que tanto me gusta.
Por la tarde visité el Museo de la Evolución Humana, uno de los grandes atractivos de Burgos y la verdad es que mola. Confieso que no soy muy de museos, pero este me enganchó desde el principio. La verdad es que no se la razón, pero fue así.
La forma en que está diseñado mol, y la verdad es que hace que te sientas parte de la historia.
La noche del sábado la dediqué de nuevo a la gastronomía. Probé un buen cordero asado en un restaurante tradicional. Ojo no hay que confundir con el lechazo, que ese es más de la zona de Valladolid. El sabor era intenso, la carne se deshacía, y acompañado de un vino tinto local fue una experiencia difícil de olvidar.
El domingo me levanté temprano para aprovechar las últimas horas. Decidí dar un paseo por el Arlanzón, el río que atraviesa la ciudad. Hay caminos muy agradables para caminar o ir en bicicleta, y el ambiente era muy relajado: gente corriendo, familias con niños, personas mayores dando un paseo.
Antes de marcharme, volví a pasar por la catedral, como si necesitara despedirme. Me quedé unos minutos en la plaza, simplemente observando, intentando guardar en la memoria esa imagen para cuando volviera a casa.
Y por supuesto, no se puede olvidar lo que yo hago en todos los viajes. Pasar por una tienda de souvenirs para recoger el típico pin. En este caso fue en la Plaza de Santa María en la tienda Art Español donde pillé uno de los pins más bonitos que tengo. Por supuesto de la Catedral, aquí puedes encontrar los mejores recuerdos de Burgos.
El viaje terminó con la sensación de haber estado en una ciudad que combina muchas cosas: historia, arte, buena comida, ambiente cercano y rincones tranquilos. Pero ojo, Burgos no es solo la catedral, aunque esta sea su gran joya; es también la forma en que sus calles invitan a caminar sin prisas, la hospitalidad de sus bares, y la mezcla perfecta entre tradición y modernidad.
Me subí al coche con ganas de volver. Sentí que en un solo fin de semana había conocido mucho, pero al mismo tiempo me quedaban cosas pendientes: acercarme a los yacimientos de Atapuerca, explorar más sus alrededores, o descubrir algunos pueblos cercanos.