Valencia es uno de los destinos preferidos para las vacaciones. Sobre todo, por parte del turismo nacional. Una provincia, que ya solo su nombre, nos evoca diversión. Por las bondades de su tierra y por el talante festivo de sus gentes. Te presentamos cuatro lugares de la provincia de Valencia que debes conocer.
Una escena típica del verano, que siempre que tenemos ocasión, la ponemos en práctica, es la de saborear una gustosa paella en un chiringuito de playa acompañado por una jarra de sangría. El mejor sitio del mundo para hacerlo es una playa de la provincia de Valencia. Primero, porque puedes degustar la auténtica paella valenciana, y segundo, porque en lugar de sangría, puedes pedir un tinto de verano. Hazme caso, saldrás ganando.
Para muchos de nosotros, Valencia nos ofrece aquello que necesitamos para nuestras vacaciones. Un cielo soleado y luminoso, largas playas de arena fina y un ritmo de vida relajado. Pero Valencia es más que playa. Tienes montaña, paisajes naturales y cultura, mucha cultura.
Te presento cuatro destinos de la provincia de Valencia, más allá de la capital, que vale la pena que conozcas.
La albufera.
No podemos hablar de Valencia sin referirnos a la Albufera Valenciana. La laguna de agua salada, conectada con el mar, más grande de Europa. Lugar de parada y cría de aves migratorias que hacen peregrinación continua entre África y Europa.
En los carrizales de la laguna podemos encontrar una gran cantidad de garzas, pero también al pato colorado, al ánade azulón, a la cuchara común y al porrón europeo.
La Albufera no es solo un espacio natural protegido. Es un escenario que ha marcado de manera determinante la historia y cultura valenciana. Desde mediados del siglo XIX, los labradores valencianos potencian el cultivo del arroz cubriendo áreas de la Albufera con sacos de tierra. El pueblo valenciano fue moldeando la albufera hasta convertirla en una red de canales que, además de favorecer la huerta y el comercio, permitió el desarrollo de la industria maderera en la llamada pista de silla.
Recorrer la Albufera nos lleva a toparnos con algunos elementos identitarios de la cultura valenciana. Como las barracas de la Albufera. Construcciones tradicionales, habitadas en un principio por pescadores y posteriormente por labradores, construidas con materiales obtenidos íntegramente de la laguna. Las paredes estaban hechas de adobe encalado. Con barro extraído del fondo de la Albufera. Y el techo a dos aguas está formado por cañizo. Cañas de la laguna, cosechadas y secadas al sol.
Son muchas las actividades que se pueden realizar en la Albufera. Pero, sin duda, una de las más especiales es la de recorrer la laguna a bordo de un Alfuferenç, la barca típica del lugar. Mi amiga Amparo realizó una excursión de este tipo organizada por El Bessó, una empresa con sede en El Palmar, que realiza paseos en barca por la Albufera. Me cuenta que quedó encantada.
Alboraya.
Si queremos ver más barracas valencianas, podemos encontrar alguna que otra en las parcelas de huerta que se encuentran entre el pueblo de Alboraya y el barrio valenciano de Benimaclet. Un recorrido que podemos efectuar tranquilamente a pie.
Alboraya está indisolublemente unida a la producción artesanal de horchata de chufa. Una refrescante bebida valenciana de fama internacional. Los entendidos dicen que la mejor horchata se hace en Alboraya. Desde luego, en cualquiera de las horchaterías de esta ciudad puedes degustar un sabroso vaso de horchata, mojando los populares “fartones”. Un bollo alargado, blanco y dulce, con forma de salchicha, recubierto de azúcar glasé.
La chufa es un tubérculo que se cultiva en tierras de regadío. No es exclusivo de Valencia. En la vega del Guadalquivir es bastante frecuente. Solo que mientras que Andalucía a la chufa se le llama alcatufa y se utiliza para enriquecer los piensos del ganado, o como cebo de caza para atraer ciervos y jabalíes, en Valencia se lava, se muele y se mezcla con agua y azúcar para elaborar la sabrosa horchata.
El nombre de Alboraya proviene del árabe “al-boraig” (torrecita) que hace referencia a las almenas que se levantaban en mitad de la huerta, durante la época musulmana, para servir de avanzadilla en la defensa de la ciudad de Valencia.
Alboraya no solo tiene huerta y horchata. Además de ser un típico pueblo valenciano, en el que puedes apreciar la arquitectura tradicional de la zona, también tiene una playa propia, la Patacona. Una prolongación de la “Malvarrosa” de Valencia, en la que se puede apreciar sus impresionantes colmenas de apartamentos cuando te aproximas a Valencia por la autopista que viene de Barcelona.
La Tomatina de Bunyol.
Valencia son también sus fiestas populares. Una que llama la atención es la “Tomatina”. Una batalla campal que se celebra cada 28 de agosto en el pueblo de Bunyol y en el que se tiran 150.000 kilos de tomates, que varios camiones van dejando caer por las calles. Esta fiesta es declara de interés turístico internacional desde el 2002.
Cuenta la web Tomatina que esta tradición se originó en 1945, cuando durante el desfile de Gigantes y Cabezudos de las fiestas patronales, un grupo de mozos se hicieron un hueco a empujones para colocarse entre los cabezudos y los músicos. Irrumpieron con tanto ímpetu que un señor cayó al suelo. El vecino, enfadado, se levantó y empezó a dar patadas y puñetazos a diestro y siniestro. Atacado por la ira, encontró en su camino una caja de tomates que otro vecino había puesto en la calle para venderlos. El hombre cogió los tomates y se los tiró a la gente. Los presentes, ofendidos, cogieron más tomates, de donde pudieron, y empezaron a tirárselos entre ellos.
Fue tal la expectación que creó el suceso, que al año siguiente se intentó repetir la batalla, pero esta vez preparada. Los mozos del pueblo guardaban los tomates en su casa. Varios jóvenes fueron detenidos por la Guardia Civil por crear desórdenes públicos, pero aun así, la batalla de tomates se repetía año tras año. Hasta que no le quedó más remedio al ayuntamiento que autorizarla.
La andadura de la Tomatina no fue un camino de rosas. En 1957, presionado por las autoridades civiles y religiosas, el ayuntamiento vuelve a prohibir la Tomatina. Estamos en plena dictadura franquista. Fiestas de este tipo son consideradas impúdicas e inmorales. Los vecinos del pueblo organizan entonces el “Entierro del Tomate”. Transportan a hombros un ataúd con un gran tomate dentro y detrás desfila la banda de música tocando marchas fúnebres. El ayuntamiento no tiene más remedio que autorizar la Tomatina, ya que no puede enfrentarse a un pueblo entero sediento de fiesta.
El Puig de Santa María.
En la huerta norte, en dirección a Castellón, encuentras este bonito pueblo valenciano. Caminando por sus amplias calles parece un pueblo moderno, de reciente creación. No nos dejemos engañar. Como bien dice El periódico Mediterráneo es un pueblo cargado de historia.
En el centro del pueblo destaca el Monasterio Real de Santa María del Puig, que desempeñó un papel de primer orden en la reconquista de Valencia. Allí, entre los monjes, se alojaba Jaume I, desde donde organizaba la toma de la capital del Turia. La conquista de Valencia no se realizó de forma violenta. Las tropas de la Corona de Aragón se asentaron en todos los pueblos que rodeaban a la capital, hasta que el Emir de Valencia no le quedó otra opción que entregar a Jaume I las llaves de la ciudad.
Mientras que el rey aragonés esperaba la rendición, tuvo varios sueños o visiones. Como la imagen de la imagen de la virgen dentro de una campana. La Virgen del Puig, el emblema de la toma de Valencia.
Cuenta la leyenda, que una noche, mientras Jaume I estaba durmiendo en una tienda de campaña, en las inmediaciones del Puig, en el techo de la tienda anidó un murciélago. Un destacamento moro se acercó a caballo hasta el campamento cristiano, para intentar abordarlo por sorpresa. Al escuchar el galope de los caballos, el murciélago se asustó y cayó sobre un tambor. Con su aleteo nervioso sobre el parche, intentando emprender el vuelo, el murciélago despertó a los soldados y al rey. De esta forma, Jaume I pudo reprender el ataque musulmán.
El rey aragonés, pensó que el murciélago le había salvado la vida. En reconocimiento a él, incorporó su figura en la bandera de Valencia y encargó a los herreros que fabricaran una figura de murciélago para soldarla al casco de su armadura.
Bajo el Monasterio Real, ya en el siglo XX, los vecinos del Puig cavaron una cámara para proteger al pueblo de los bombardeos aéreos que realizaba la aviación franquista en 1938, cuando atacaba Valencia, entonces, capital de la Segunda República. Cuando escuchaban el sonido de los aviones, todos los vecinos corrían a guarecerse bajo el monasterio. Los aviones franquistas, tan católicos ellos, no iban a tener la osadía de bombardear un edificio religioso.
La provincia de Valencia tiene muchas historias que contar al visitante. Además de ir a la playa, vale la pena coger el coche, de vez en cuando, y dejarse sorprender por los pueblos de Valencia.